Una fría mañana de invierno, a fines de la década de los ´90, se programó un amistoso de pretemporada con Dep. Riestra en el Bajo Flores. El horario matutino, el frío y la neblina conspiraban para no abandonar la cama. Pero como el amor es más fuerte, tras un grotesco desayuno partimos hacia la cancha.
El trámite del encuentro no escapaba al común de los partidos de entrenamiento, discusiones, gritos, manotazos, en fín nada para destacar.
Con el partido adentrado en minutos, ingresó un auto al predio a toda velocidad, estacionándose detrás del arco. Una vez que la nube de tierra se despejó, observamos que del interior del automóvil había salido corriendo un hombre robusto de melena rubia. Minutos más tarde se produce un cambio e ingresa al campo de juego ubicándose como marcador central del equipo local.
Inmediatamente pasó a ser el centro de las miradas de los sorprendidos espectadores quienes no salían de su asombro. ¿Quién era ese jugador con el poder de llegar a cualquier hora y entrar a jugar el partido?. Pensamos que este tipo de concesiones estaban relacionadas directamente con sus habilidades futbolísticas. Pero nuestra conclusión estaba muy alejada de la realidad. Su juego era rústico y violento, sus movimientos lentos y agresivos. Todo en él demostraba un desprecio por el balón pocas veces visto.
Cuando el improvisado árbitro pitó el final del encuentro el rudimentario defensor, que ya había discutido con el juez y le había pegado a todos los delanteros de Excursionistas, encaró a los vestuarios. Pero no ingresó al mismo para cambiarse, solo tomó su bolso y se dirigió a su vehículo. Encendió el motor y arrancó raudamente. Casi al mismo tiempo escuchamos un aullido desgarrador. Estremecidos nos dimos vuelta para buscar la respuesta de semejante lamento, y observamos que debajo del auto había quedado acurrucado un perro que no había sido aplastado casi por casualidad, salvando milagrosamente su vida. Con toda la saña que habitaba en su ser, el desencajado conductor descendió del habitáculo, y le propinó unas patadas al can que salió disparado en busca de un mejor refugio. La bestia (cualificarlo de ser humano sería un abuso), volvió a subir a su automóvil y abandonó el estadio dejando otra nube de tierra.
Su apellido era Tiedemman, imaginamos que el odio hacia ese perro era por la comparación a la que había sido sometido miles de veces desde su infancia. Su auto marca Gol también respondía a su deseo nunca satisfecho, a esa materia pendiente que jamás podría aprobar.
Un hombre que demostró que podía jugar como vivía.
El trámite del encuentro no escapaba al común de los partidos de entrenamiento, discusiones, gritos, manotazos, en fín nada para destacar.
Con el partido adentrado en minutos, ingresó un auto al predio a toda velocidad, estacionándose detrás del arco. Una vez que la nube de tierra se despejó, observamos que del interior del automóvil había salido corriendo un hombre robusto de melena rubia. Minutos más tarde se produce un cambio e ingresa al campo de juego ubicándose como marcador central del equipo local.
Inmediatamente pasó a ser el centro de las miradas de los sorprendidos espectadores quienes no salían de su asombro. ¿Quién era ese jugador con el poder de llegar a cualquier hora y entrar a jugar el partido?. Pensamos que este tipo de concesiones estaban relacionadas directamente con sus habilidades futbolísticas. Pero nuestra conclusión estaba muy alejada de la realidad. Su juego era rústico y violento, sus movimientos lentos y agresivos. Todo en él demostraba un desprecio por el balón pocas veces visto.
Cuando el improvisado árbitro pitó el final del encuentro el rudimentario defensor, que ya había discutido con el juez y le había pegado a todos los delanteros de Excursionistas, encaró a los vestuarios. Pero no ingresó al mismo para cambiarse, solo tomó su bolso y se dirigió a su vehículo. Encendió el motor y arrancó raudamente. Casi al mismo tiempo escuchamos un aullido desgarrador. Estremecidos nos dimos vuelta para buscar la respuesta de semejante lamento, y observamos que debajo del auto había quedado acurrucado un perro que no había sido aplastado casi por casualidad, salvando milagrosamente su vida. Con toda la saña que habitaba en su ser, el desencajado conductor descendió del habitáculo, y le propinó unas patadas al can que salió disparado en busca de un mejor refugio. La bestia (cualificarlo de ser humano sería un abuso), volvió a subir a su automóvil y abandonó el estadio dejando otra nube de tierra.
Su apellido era Tiedemman, imaginamos que el odio hacia ese perro era por la comparación a la que había sido sometido miles de veces desde su infancia. Su auto marca Gol también respondía a su deseo nunca satisfecho, a esa materia pendiente que jamás podría aprobar.
Un hombre que demostró que podía jugar como vivía.
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