En el año 1979 la Argentina y Chile finalmente solicitaban, via el Cardenal Samore, la ayuda del Vaticano para solucionar el diferendo del Canal de Beagle, caía el Sha de Persia e Irán pasaba a ser una república islámica, y Adolfo Suárez se afianzaba en España tras décadas de franquismo.
Yo, con mis 8 años recién cumplidos, observaba a mi viejo que continuaba en su ardua tarea de hacerme hincha de Excursionistas.
Según me cuenta él hoy día, ya a esa temprana edad había recorrido canchas como la de Lanús o Talleres, pero no guardo ningún recuerdo de esas excursiones. Sin embargo, la que si me quedó grabada a fuego fue la tarde que Dep. Español derrotó a Excursio por 5 a 0.
Un sábado del mes de marzo del ´79 viajamos de Villa Pueyrredón, barrio donde vivía por aquél entonces, hasta un estadio enorme todo de tablones con un gran pasillo en el medio.
Era la cancha de Atlanta en Humboldt y Corrientes. No recuerdo absolutamente nada del partido, ni los jugadores, ni los goles, ni las camisetas. Pero sin embargo mi memoria guardó un hecho que para mi era poco común. Un hecho que con el tiempo se volvió harto cotidiano.
No había tanto público de Español a pesar de estar realizando una excelente campaña en la que al final se coronaría campeón. La hinchada de Excursionistas en gran número alentaba al equipo sin cesar. De repente, hizo su ingreso un nutrido grupo de hinchas gallegos. Aún no había en las canchas cordones policiales, ni alambres anti vandalismo, ni pulmones para separar a las parcialidades.
La libertad para moverse por todas las tribunas era total. Por lo que grito va y grito viene ante el festejo desmedido del gol gallego, en un abrir y cerrar de ojos ambas hinchadas se trenzaron. Fue una batalla sin cuartel durante un lapso que, en los tiempos de mi niñéz, habrá durado una hora. Cinturones agitándose en el aire, una silla de ruedas que quedó tirada en el piso y un puesto de choripanes que fue destruido por completo. Durante la refriega mi viejo me dijo: "Tranquilo, no pasa nada." Esas palabras me sonaron como que lo sucedido era parte del espectáculo, como un evento mas dentro del estadio, cuasi un anexo al partido. Nuestra posición en el escalón más alto de la tribuna era supuestamente bastante segura, éramos testigos privilegiados de la encarnizada lucha, cual espectadores de un circo romano.
Mientras volvíamos a casa luego de saborear un rico submarino con un tostado y tras un pequeño intercambio de ideas, entendí que ese incidente no era parte del espectáculo. Que lo sucedido en la cancha quedaba en la cancha y no debía ser comentado en casa.
Esas palabras cambiaron la perspectiva del "no pasa nada" con el que me había convencido un rato antes.
Yo, con mis 8 años recién cumplidos, observaba a mi viejo que continuaba en su ardua tarea de hacerme hincha de Excursionistas.
Según me cuenta él hoy día, ya a esa temprana edad había recorrido canchas como la de Lanús o Talleres, pero no guardo ningún recuerdo de esas excursiones. Sin embargo, la que si me quedó grabada a fuego fue la tarde que Dep. Español derrotó a Excursio por 5 a 0.
Un sábado del mes de marzo del ´79 viajamos de Villa Pueyrredón, barrio donde vivía por aquél entonces, hasta un estadio enorme todo de tablones con un gran pasillo en el medio.
Era la cancha de Atlanta en Humboldt y Corrientes. No recuerdo absolutamente nada del partido, ni los jugadores, ni los goles, ni las camisetas. Pero sin embargo mi memoria guardó un hecho que para mi era poco común. Un hecho que con el tiempo se volvió harto cotidiano.
No había tanto público de Español a pesar de estar realizando una excelente campaña en la que al final se coronaría campeón. La hinchada de Excursionistas en gran número alentaba al equipo sin cesar. De repente, hizo su ingreso un nutrido grupo de hinchas gallegos. Aún no había en las canchas cordones policiales, ni alambres anti vandalismo, ni pulmones para separar a las parcialidades.
La libertad para moverse por todas las tribunas era total. Por lo que grito va y grito viene ante el festejo desmedido del gol gallego, en un abrir y cerrar de ojos ambas hinchadas se trenzaron. Fue una batalla sin cuartel durante un lapso que, en los tiempos de mi niñéz, habrá durado una hora. Cinturones agitándose en el aire, una silla de ruedas que quedó tirada en el piso y un puesto de choripanes que fue destruido por completo. Durante la refriega mi viejo me dijo: "Tranquilo, no pasa nada." Esas palabras me sonaron como que lo sucedido era parte del espectáculo, como un evento mas dentro del estadio, cuasi un anexo al partido. Nuestra posición en el escalón más alto de la tribuna era supuestamente bastante segura, éramos testigos privilegiados de la encarnizada lucha, cual espectadores de un circo romano.
Mientras volvíamos a casa luego de saborear un rico submarino con un tostado y tras un pequeño intercambio de ideas, entendí que ese incidente no era parte del espectáculo. Que lo sucedido en la cancha quedaba en la cancha y no debía ser comentado en casa.
Esas palabras cambiaron la perspectiva del "no pasa nada" con el que me había convencido un rato antes.
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