En todo grupo de amigos que se juntan para seguir un equipo de fútbol, existe uno que se destaca por su personalidad especial, por su gracia para describir situaciones, o por sus actitudes singulares que solo él puede llegar a realizar. En nuestro grupo él se llama Ariel.
Nuestro amigo Ariel nació en 1974 en el porteño barrio de Villa Urquiza, territorio que comparten en general tanto hinchas de Excursionistas como de Defensores de Belgrano. Ariel, vaya uno a saber porqué, prontamente se vió seducido por el club albiverde. Su fanatismo se fue haciendo mas que evidente en el transcurso de su infancia, a tal punto que de muy pequeño, tomaba por sus propios medios el colectivo 107 junto al “Negro Morland”, su inseparable compañero de andanzas. Juntos comenzaron a desandar con el verde miles de caminos, anécdotas, peligros, y otras yerbas por todas las canchas del ascenso donde Excursionistas jugara.
Con el devenir de la adolescencia y la temprana juventud, ya formaban parte de una segunda línea de la “hinchada”. Con su larga melena rubia, y el enterito de jeans a cuestas, Ariel empezó a ganar reconocimiento dentro de este singular grupo. Sin embargo, jamás dejó de ser un loco lindo de esos de antes del paco, los fierros y otras porquerías que hoy abundan.
Cuentan muchas cosas de él. Algunas verdaderas, otras no tanto y otras verdaderas falacias. Nuestro primer contacto, fue en un partido con Sarmiento en el Bajo allá por el 94. Caminaba hacia Barrancas, cuando lo vimos saltando arriba del techo de una rural Ford. Abajo en el habitáculo, unos pobres juninenses trataban de escapar de semejante martirio. Ese día entablamos un mínimo diálogo, en el que le reprochamos la actitud, a lo que respondió con una socarrona sonrisa. Mas adelante ese mismo año, volvíamos en auto de la inhóspita cancha del Deportivo Armenio. Ariel desandaba el campo de Maschwitz solo como un perro. Nos hizo dedo, a lo que hicimos caso omiso porque en el auto no había más lugar. Aún hoy recordamos la catarata de insultos que nos dirigía, mientras mirábamos su andar zigzagueante por el espejo retrovisor.
Con el correr de los años, Ariel se fue cansando de la agitada y cada vez mas peligrosa vida del paravalancha. Es asi que partido va partido viene, comenzó a frecuentarnos cada vez mas. Hasta que llegó a ser uno mas de nosotros, ya había dejado atrás su larga cabellera y ahora su uniforme obligatorio a cualquier reducto era remera, pantalón corto, ojotas y riñonera.
En cualquier anécdota que recuerde de cualquier cancha, siempre está al lado nuestro. Tendría tantas que podría escribir casi un libro con las mismas (Ensenada, Laferrere, Libertad, Zárate o Campana conocieron su impronta), pero como esto es un blog acotado, deberé volcarme solo a una.
En el mes de agosto de 1997 Excursionistas jugaba en Luján. Salimos temprano de Belgrano y levantamos a Ariel en Panamericana (ya se había mudado a Beccar, donde reside actualmente). Paramos en una parrilla en la ruta y el vino empezó a correr a raudales. Mas achispado que nunca, Ariel llegó a la cancha frente a la Basílica demasiado entonado. Creo recordar que el resultado final fue un empate, pero no recuerdo nada de ninguno de los dos tiempos. Lo que si sería inolvidable para todos fue el lapso de 15 minutos transcurrido entre ambos. Al iniciarse el entretiempo, Ariel se dirigió, sabe Dios o el alcohol que llevaba encima porqué, hacia el final de la larga tribuna visitante. Allí se extendía un pulmón de pasto atrás del arco, que finalmente conectaba con el sector local. En una inexplicable e irracional actitud, comenzó a romper los carteles publicitarios de tela que en aquel sector se encontraban. Uno a uno iban cayendo bajo sus garras: “Calzados Lujandro”, “Baterías Petito”, “Carnicería 9 de Julio”, etc. Quien sabe si cansados de este loco, o para defender al comercio e industria local, los hinchas de Luján se hartaron. Rompieron su portón, e ingresaron al pulmón divisorio. Con gran rapidez, la hinchada de Excursionistas reaccionó de igual manera. La batahola se había desatado. En mas de 30 años de ascenso, jamas vi una batalla tan singular. En una pequeña franja de tierra, atrás de un arco y con la Basílica de Luján y la Virgen de fondo, mas de 150 personas por bando se golpeaban sin descanso. La pelea duró una eternidad y se realizó de una manera totalmente leal, a puño limpio, hasta que la intervención policial le puso punto final. Una cámara de TN captó las imágenes, que dieron la vuelta por todos los noticieros del país. Mientras volvíamos en el auto hacia la Capital, le preguntamos a Ariel el porqué de su reacción. Su increíble respuesta fue que no recordaba nada.
Todavía se lo puede ver en los partidos de local pero ahora en la platea y mas tranquilo. Se ha casado y tiene un hijo que lo acompaña a ver al verde. Intenta aparentar una imagen mas racional pero todos sabemos que, en cualquier momento, su alma se puede revelar y hacer aparecer al viejo y querido Ariel.
Nuestro amigo Ariel nació en 1974 en el porteño barrio de Villa Urquiza, territorio que comparten en general tanto hinchas de Excursionistas como de Defensores de Belgrano. Ariel, vaya uno a saber porqué, prontamente se vió seducido por el club albiverde. Su fanatismo se fue haciendo mas que evidente en el transcurso de su infancia, a tal punto que de muy pequeño, tomaba por sus propios medios el colectivo 107 junto al “Negro Morland”, su inseparable compañero de andanzas. Juntos comenzaron a desandar con el verde miles de caminos, anécdotas, peligros, y otras yerbas por todas las canchas del ascenso donde Excursionistas jugara.
Con el devenir de la adolescencia y la temprana juventud, ya formaban parte de una segunda línea de la “hinchada”. Con su larga melena rubia, y el enterito de jeans a cuestas, Ariel empezó a ganar reconocimiento dentro de este singular grupo. Sin embargo, jamás dejó de ser un loco lindo de esos de antes del paco, los fierros y otras porquerías que hoy abundan.
Cuentan muchas cosas de él. Algunas verdaderas, otras no tanto y otras verdaderas falacias. Nuestro primer contacto, fue en un partido con Sarmiento en el Bajo allá por el 94. Caminaba hacia Barrancas, cuando lo vimos saltando arriba del techo de una rural Ford. Abajo en el habitáculo, unos pobres juninenses trataban de escapar de semejante martirio. Ese día entablamos un mínimo diálogo, en el que le reprochamos la actitud, a lo que respondió con una socarrona sonrisa. Mas adelante ese mismo año, volvíamos en auto de la inhóspita cancha del Deportivo Armenio. Ariel desandaba el campo de Maschwitz solo como un perro. Nos hizo dedo, a lo que hicimos caso omiso porque en el auto no había más lugar. Aún hoy recordamos la catarata de insultos que nos dirigía, mientras mirábamos su andar zigzagueante por el espejo retrovisor.
Con el correr de los años, Ariel se fue cansando de la agitada y cada vez mas peligrosa vida del paravalancha. Es asi que partido va partido viene, comenzó a frecuentarnos cada vez mas. Hasta que llegó a ser uno mas de nosotros, ya había dejado atrás su larga cabellera y ahora su uniforme obligatorio a cualquier reducto era remera, pantalón corto, ojotas y riñonera.
En cualquier anécdota que recuerde de cualquier cancha, siempre está al lado nuestro. Tendría tantas que podría escribir casi un libro con las mismas (Ensenada, Laferrere, Libertad, Zárate o Campana conocieron su impronta), pero como esto es un blog acotado, deberé volcarme solo a una.
En el mes de agosto de 1997 Excursionistas jugaba en Luján. Salimos temprano de Belgrano y levantamos a Ariel en Panamericana (ya se había mudado a Beccar, donde reside actualmente). Paramos en una parrilla en la ruta y el vino empezó a correr a raudales. Mas achispado que nunca, Ariel llegó a la cancha frente a la Basílica demasiado entonado. Creo recordar que el resultado final fue un empate, pero no recuerdo nada de ninguno de los dos tiempos. Lo que si sería inolvidable para todos fue el lapso de 15 minutos transcurrido entre ambos. Al iniciarse el entretiempo, Ariel se dirigió, sabe Dios o el alcohol que llevaba encima porqué, hacia el final de la larga tribuna visitante. Allí se extendía un pulmón de pasto atrás del arco, que finalmente conectaba con el sector local. En una inexplicable e irracional actitud, comenzó a romper los carteles publicitarios de tela que en aquel sector se encontraban. Uno a uno iban cayendo bajo sus garras: “Calzados Lujandro”, “Baterías Petito”, “Carnicería 9 de Julio”, etc. Quien sabe si cansados de este loco, o para defender al comercio e industria local, los hinchas de Luján se hartaron. Rompieron su portón, e ingresaron al pulmón divisorio. Con gran rapidez, la hinchada de Excursionistas reaccionó de igual manera. La batahola se había desatado. En mas de 30 años de ascenso, jamas vi una batalla tan singular. En una pequeña franja de tierra, atrás de un arco y con la Basílica de Luján y la Virgen de fondo, mas de 150 personas por bando se golpeaban sin descanso. La pelea duró una eternidad y se realizó de una manera totalmente leal, a puño limpio, hasta que la intervención policial le puso punto final. Una cámara de TN captó las imágenes, que dieron la vuelta por todos los noticieros del país. Mientras volvíamos en el auto hacia la Capital, le preguntamos a Ariel el porqué de su reacción. Su increíble respuesta fue que no recordaba nada.
Todavía se lo puede ver en los partidos de local pero ahora en la platea y mas tranquilo. Se ha casado y tiene un hijo que lo acompaña a ver al verde. Intenta aparentar una imagen mas racional pero todos sabemos que, en cualquier momento, su alma se puede revelar y hacer aparecer al viejo y querido Ariel.
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