El partido en cuestión corresponde al torneo 1997/98 pero la historia se remonta al campeonato anterior correspondiente a la temporada 1996/97.
Hacia el mes de marzo del año 1997 Excursionistas era derrotado por Cambaceres en el Bajo Belgrano. Aquella tarde al final del partido se encontraron ambas hinchadas y en la refriega los hinchas de Camba perdieron una bandera roja en la que se podía leer “Los Piojos”.
Excursionistas tuvo un buen desempeño en ese torneo, donde sobre el final perdió el partido decisivo del octogonal con Lamadrid en All Boys. Durante todos los resúmenes deportivos de aquel año en los que emitían los goles del verde, se podía ver la bandera de Cambaceres colgada en el alambrado junto a la barra del Bajo.
Siete meses después de este suceso, que había pasado desapercibido para todos, el fixture nos envíaba a Ensenada.
Salimos bien temprano para poder almorzar en alguna parrilla rutera. Como no encontramos ninguna nos adentramos en la ciudad de Ensenada. Pasamos por la cancha, llamativamente en una de las esquinas nos daba la bienvenida una pintada en aerosol que decía “EXCURSIO HOY MORIS”. Lo tomamos casi en chiste. Nadie recordaba ya los incidentes cuasi menores del año pasado en Belgrano.
Continuamos con nuestra búsqueda gastronómica, hasta que dimos con el Club Ajedrecistas de Ensenada. Era un buffet de un club de barrio bastante decorosa para la zona en la que estaba ubicado. Ahí almorzamos un suculento asado, tal vez demasiado regado con unos tintos de dudosa calidad. Faltando media hora para que comience el partido partimos hacia el estadio.
Por esas cosas de la vida no estacionamos en el auto en la puerta, sino que lo ubicamos enfrente en un pequeño solar donde descansaban otros automóviles. Abonamos la entrada en medio de un clima enrarecido, ingresamos y nos ubicamos en lo alto de la tribuna. Notamos que no había llegado casi nadie aún, por lo que decidimos esperar para colgar las banderas.
Cuando el juez daba el pitazo inicial comenzaron a llegar algunos hinchas rezagados. Los primeros minutos transcurrieron con no más de 30 testigos en las gradas. Enfrente alentaba la gente de siempre, solo que en la cabecera el grupo más radical de la hinchada local no paraba de insultarnos.
A los 20 minutos, y observando que los micros de la hinchada se retrasaban, tomamos una mala decisión que lamentaríamos, decidimos colgar las banderas. A los pocos minutos escuchamos una canción que aún hoy retumba en nuestros oídos: “OLELE OLALA EN EL ENTRETIEMPO LOS VAMOS A MATAR”. Lo tomamos como una amenaza más de las miles que escuchamos en las canchas, aunque la pintada de la esquina y esta estrofa sospechosa nos hacían dudar un poco.
Mientras tanto dentro del campo de juego el verde jugaba bien y de los pies de Brotto se abrió el marcador ¡GOOOOOOL! fue el grito que silenció a la barra local. Casi al mismo tiempo el juez decretaba el final del primer tiempo.
Nos sentamos y comenzamos con las charlas de rigor, sobre jugadas dudosas o los motivos por los que los micros aún no habían arribado, cuando observamos que todos los policías ubicados en nuestro sector habían desaparecido. Al mismo tiempo la barra local había abandonado sus posiciones y lentamente daba la vuelta hacia la calle que daba a la tribuna visitante. Lo que estaban haciendo no era otra cosa que cumplir con su promesa estampada en aquel grafiti!!!!!.
Durante siete largos meses, habían juntado ira por la bandera perdida y paseada por todas las canchas del conurbano bonaerense. Ahora estaban decididos a descargarla sobre nosotros, vengar la humillación y además conseguir algún trofeo de guerra.
Bajo una torrencial lluvia de piedras descolgamos las banderas, los proyectiles volaban desde los cuatro costados y desde los techos de las casas lindantes. Prácticamente no había lugar para resguardarse. Los pocos hinchas del verde que estábamos allá soportamos el embate como pudimos.
Su objetivo principal era conseguir alguna bandera, aunque no es posible descartar que el secundario era acabar con todo ser viviente que habitaba nuestra tribuna. Apenas llegaban al paredón, intentaban treparse pero eran repelidos casi al instante con golpes en las manos u otras partes de su cuerpo, lo que los hacia caer del otro lado donde provenían. Otro grupo respondía con las piedras que caían en nuestro sector hacia la calle. Observabamos de reojo hacia afuera, donde los hinchas, enfurecidos por no poder ingresar a despedazarnos, la emprendían con los autos visitantes estacionados. En otro golpe de suerte increíble, recordamos que el nuestro estaba estacionado en aquel solar un tanto lejano a resguardo. Pero en ese momento dramático, poco nos importaba el vehículo. Los hinchas de Cambaceres se acercaban cada vez mas y nuestra tribuna estaba a punto de ser copada.
Ya sabíamos, a esa altura, que la hinchada de Excursionistas había sido retenida por la policía unos kilómetros antes de llegar al estadio como parte del plan, por lo tanto ya no esperábamos ninguna salvación. Cuando la puerta de la tribuna visitante estaba a punto de ceder, cuando los invasores se aprestaban a invadir la tribuna, aparecieron los jugadores por el túnel acompañados del árbitro. En ese preciso instante, la puerta finalmente cedió y algunos parciales locales lograron ingresar. Pero increíblemente, en simultáneo, reapareció la policía, la misma policía que minutos antes nos había entregado, ahora haciéndolos replegar hasta su tribuna nuevamente.
Cuando uno de los agente abrió la puerta de acceso e ingresó poniendo cara de “…quedensé tranquilos que llegué para salvarlos…”, uno de los hinchas del verde le propinó una tremenda trompada que lo hizo volver sobre sus pasos, generando otra batahola..
El segundo tiempo casi ni lo vimos. Estábamos paranoicos observando los movimientos tanto de la policía como de la hinchada local, hasta que transcurridos 30 minutos un agente nos ordenó abandonar el estadio. No lo podíamos creer ¿otra vez nos enviaba al matadero?. Según sus dichos nos juraba que era por nuestro bien, que con los efectivos que tenía no podía hacer frente a la barra de Cambaceres. Resignados, lentamente abandonamos la tribuna con suma cautela. Alcanzamos nuestro auto indemne, subimos un par de hinchas y partimos raudamente.
A los pocos kilómetros escuchamos por radio el empate de Cambaceres sobre el final del partido, pero no nos afectó demasiado. A esa altura de los acontecimientos, nadie recordaba que se estaba jugando un partido de futbol. Nuestras vidas y las banderas estaban a salvo.
Hacia el mes de marzo del año 1997 Excursionistas era derrotado por Cambaceres en el Bajo Belgrano. Aquella tarde al final del partido se encontraron ambas hinchadas y en la refriega los hinchas de Camba perdieron una bandera roja en la que se podía leer “Los Piojos”.
Excursionistas tuvo un buen desempeño en ese torneo, donde sobre el final perdió el partido decisivo del octogonal con Lamadrid en All Boys. Durante todos los resúmenes deportivos de aquel año en los que emitían los goles del verde, se podía ver la bandera de Cambaceres colgada en el alambrado junto a la barra del Bajo.
Siete meses después de este suceso, que había pasado desapercibido para todos, el fixture nos envíaba a Ensenada.
Salimos bien temprano para poder almorzar en alguna parrilla rutera. Como no encontramos ninguna nos adentramos en la ciudad de Ensenada. Pasamos por la cancha, llamativamente en una de las esquinas nos daba la bienvenida una pintada en aerosol que decía “EXCURSIO HOY MORIS”. Lo tomamos casi en chiste. Nadie recordaba ya los incidentes cuasi menores del año pasado en Belgrano.
Continuamos con nuestra búsqueda gastronómica, hasta que dimos con el Club Ajedrecistas de Ensenada. Era un buffet de un club de barrio bastante decorosa para la zona en la que estaba ubicado. Ahí almorzamos un suculento asado, tal vez demasiado regado con unos tintos de dudosa calidad. Faltando media hora para que comience el partido partimos hacia el estadio.
Por esas cosas de la vida no estacionamos en el auto en la puerta, sino que lo ubicamos enfrente en un pequeño solar donde descansaban otros automóviles. Abonamos la entrada en medio de un clima enrarecido, ingresamos y nos ubicamos en lo alto de la tribuna. Notamos que no había llegado casi nadie aún, por lo que decidimos esperar para colgar las banderas.
Cuando el juez daba el pitazo inicial comenzaron a llegar algunos hinchas rezagados. Los primeros minutos transcurrieron con no más de 30 testigos en las gradas. Enfrente alentaba la gente de siempre, solo que en la cabecera el grupo más radical de la hinchada local no paraba de insultarnos.
A los 20 minutos, y observando que los micros de la hinchada se retrasaban, tomamos una mala decisión que lamentaríamos, decidimos colgar las banderas. A los pocos minutos escuchamos una canción que aún hoy retumba en nuestros oídos: “OLELE OLALA EN EL ENTRETIEMPO LOS VAMOS A MATAR”. Lo tomamos como una amenaza más de las miles que escuchamos en las canchas, aunque la pintada de la esquina y esta estrofa sospechosa nos hacían dudar un poco.
Mientras tanto dentro del campo de juego el verde jugaba bien y de los pies de Brotto se abrió el marcador ¡GOOOOOOL! fue el grito que silenció a la barra local. Casi al mismo tiempo el juez decretaba el final del primer tiempo.
Nos sentamos y comenzamos con las charlas de rigor, sobre jugadas dudosas o los motivos por los que los micros aún no habían arribado, cuando observamos que todos los policías ubicados en nuestro sector habían desaparecido. Al mismo tiempo la barra local había abandonado sus posiciones y lentamente daba la vuelta hacia la calle que daba a la tribuna visitante. Lo que estaban haciendo no era otra cosa que cumplir con su promesa estampada en aquel grafiti!!!!!.
Durante siete largos meses, habían juntado ira por la bandera perdida y paseada por todas las canchas del conurbano bonaerense. Ahora estaban decididos a descargarla sobre nosotros, vengar la humillación y además conseguir algún trofeo de guerra.
Bajo una torrencial lluvia de piedras descolgamos las banderas, los proyectiles volaban desde los cuatro costados y desde los techos de las casas lindantes. Prácticamente no había lugar para resguardarse. Los pocos hinchas del verde que estábamos allá soportamos el embate como pudimos.
Su objetivo principal era conseguir alguna bandera, aunque no es posible descartar que el secundario era acabar con todo ser viviente que habitaba nuestra tribuna. Apenas llegaban al paredón, intentaban treparse pero eran repelidos casi al instante con golpes en las manos u otras partes de su cuerpo, lo que los hacia caer del otro lado donde provenían. Otro grupo respondía con las piedras que caían en nuestro sector hacia la calle. Observabamos de reojo hacia afuera, donde los hinchas, enfurecidos por no poder ingresar a despedazarnos, la emprendían con los autos visitantes estacionados. En otro golpe de suerte increíble, recordamos que el nuestro estaba estacionado en aquel solar un tanto lejano a resguardo. Pero en ese momento dramático, poco nos importaba el vehículo. Los hinchas de Cambaceres se acercaban cada vez mas y nuestra tribuna estaba a punto de ser copada.
Ya sabíamos, a esa altura, que la hinchada de Excursionistas había sido retenida por la policía unos kilómetros antes de llegar al estadio como parte del plan, por lo tanto ya no esperábamos ninguna salvación. Cuando la puerta de la tribuna visitante estaba a punto de ceder, cuando los invasores se aprestaban a invadir la tribuna, aparecieron los jugadores por el túnel acompañados del árbitro. En ese preciso instante, la puerta finalmente cedió y algunos parciales locales lograron ingresar. Pero increíblemente, en simultáneo, reapareció la policía, la misma policía que minutos antes nos había entregado, ahora haciéndolos replegar hasta su tribuna nuevamente.
Cuando uno de los agente abrió la puerta de acceso e ingresó poniendo cara de “…quedensé tranquilos que llegué para salvarlos…”, uno de los hinchas del verde le propinó una tremenda trompada que lo hizo volver sobre sus pasos, generando otra batahola..
El segundo tiempo casi ni lo vimos. Estábamos paranoicos observando los movimientos tanto de la policía como de la hinchada local, hasta que transcurridos 30 minutos un agente nos ordenó abandonar el estadio. No lo podíamos creer ¿otra vez nos enviaba al matadero?. Según sus dichos nos juraba que era por nuestro bien, que con los efectivos que tenía no podía hacer frente a la barra de Cambaceres. Resignados, lentamente abandonamos la tribuna con suma cautela. Alcanzamos nuestro auto indemne, subimos un par de hinchas y partimos raudamente.
A los pocos kilómetros escuchamos por radio el empate de Cambaceres sobre el final del partido, pero no nos afectó demasiado. A esa altura de los acontecimientos, nadie recordaba que se estaba jugando un partido de futbol. Nuestras vidas y las banderas estaban a salvo.
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